En recuerdo de Gurutzi
Supongo que mi interés por la etnografía se inició en la adolescencia. Nací en un valle rural aislado y al trasladarme de chaval a una zona urbana para continuar con mis estudios tuve por primera vez la oportunidad de acceder a una biblioteca pública. En aquel entonces sentía curiosidad por un asunto recién descubierto: la mitología. Revisando los libros que había en la biblioteca di con los primeros tomos de las obras completas de José Miguel de Barandiaran. Cuando los leí me percaté de que hablaban en buena medida del mundo creencial en el que me había criado. Así que en los periodos vacacionales, al regresar a casa, comencé a preguntar a mis abuelos y a anotar lo que me contaban. Transcurrió el tiempo del bachillerato y la universidad, a la vez que continuaba con las lecturas, sobre todo de Barandiaran y de Julio Caro Baroja. Estudié ciencias, no tengo recuerdo de saber de la existencia de la antropología cultural.
La fortuna quiso que un día encontrase en una librería de tema vasco un par de publicaciones ciclostiladas de Etniker Bizkaia. Todo un descubrimiento: había personas que hacían algo parecido a mis intereses, solo que con orden y método, y además lo publicaban. Esos dos libros me pusieron en la pista del grupo Etniker Bizkaia. Recuerdo que la noche anterior a acudir a una cita en el antiguo seminario de Derio estuve rebuscando entre mis textos algo acerca de qué trataba la etnografía. No sabía qué era a lo que en realidad me dedicaba en mis ratos libres, aunque fuese de un modo un tanto caótico.
En Derio conocí a Ander Manterola y a Gurutzi Arregi y así se consolidó un vínculo con la etnografía que mantengo a día de hoy. En un encuentro posterior en Bilbao Gurutzi me regaló un ejemplar de la Guía para una encuesta etnográfica formulada por Barandiaran; tengo anotado en él: “Regalo de Gurutzi. En Bilbao, a 28 de noviembre de 1986”.
Comencé a aplicar este cuestionario y a acudir a las reuniones de los Grupos Etniker en Ataun. Allí pude conocer a Barandiaran, a quien tanto había leído. Recuerdo que en la reunión anual celebrada en 1987 se planteó el inicio del Atlas Etnográfico de Vasconia.
Había terminado mis estudios y estaba comprobando lo difícil que iba a ser ganarse la vida como biólogo. En esta tesitura Gurutzi me ofreció trabajar con ellos participando en la elaboración del Atlas. Fue así como comencé una andadura que ha durado ya más de treinta años.
Muchas veces me he preguntado qué le llevó a invitarme a colaborar en el Atlas cuando era un joven sin apenas recorrido en la etnografía y sobre todo un perfecto desconocido. Lo cierto es que fue una propuesta que me cambió la vida. En este sentido me siento afortunado, que alguien “crea en ti” en el momento preciso es algo que no todos tienen la suerte de vivir y por lo que le estoy profundamente agradecido.
Es seguro que se glosarán detenidamente todos los logros alcanzados por Gurutzi y su importante producción etnográfica. No voy a detenerme en ellos, salvo en su papel como coordinadora del Atlas Etnográfico de Vasconia. He reflexionado en ocasiones acerca de cómo Barandiaran fue capaz de crear equipos de investigadores integrados por personas tan dispares en su origen, en sus ocupaciones y en sus formas de pensar, y de ser capaz de mantenerlos unidos en unos objetivos e intereses comunes. Pues bien, Gurutzi ha sido una aventajada heredera de esta estrategia que inició su maestro, a quien tanto admiraba: aunando el impulso para seguir adelante con el proyecto del Atlas y sabiendo mantener la cohesión de todos los que hemos participado, un don natural del que muy pocos gozan.
Desde esta mirada personal me gustaría destacar uno de esos aspectos del Atlas que no trascienden porque, como suele decirse, forma parte de las cuestiones de cocina. Tiene que ver con las condiciones laborales de las que me permitió disfrutar durante la confección de los sucesivos tomos, con libertad de horarios, de criterio a la hora de organizar el trabajo y de iniciativa en la redacción. Sé que esa libertad se basó siempre en una absoluta confianza, devuelta en forma de ilusión y compromiso.
Mi vida laboral ha concluido casi a la vez que la vida de Gurutzi. El final ha sido duro, sobre todo para ella. Supongo que el mundo ha cambiado demasiado en los últimos tiempos y en cierto sentido nos hemos quedado fuera de su curso, lo cual, bien mirado, no es necesariamente malo, pues ese discurrir tiene mucho de aguas tumultuosas que corren raudas al precipicio en forma de catarata por el que van a despeñarse.
Nuestro quehacer ha sido de naturaleza artesanal, pero el ámbito laboral ha prescindido del artesano y de su buen hacer, tal como sugiere Richard Sennett cuando analiza la cultura del nuevo capitalismo, y tampoco tiene ya gran valor el conocimiento adquirido. Vivimos un tiempo en perpetuo cambio y lo que prima es la capacidad de adaptación de tal modo que el trabajo se ha convertido en un continuo “picoteo”. Todo ello queda reflejado en el “dinamismo” de la modernidad orquestada por las redes sociales y la “web”, donde si no estás no existes. Pero web no solo es red sino también telaraña, y no olvidemos que tras cada telaraña hay un ser hambriento ávido por saciar su apetito, de ahí, quizá, la incesante necesidad de “alimentarla”.
Siguiendo con el símil anterior, los artesanos de hoy en día ya solo dedican el resultado de su cometido al entorno más cercano, abrumados por la nueva realidad que produce objetos materiales (o ideas) en cadena, a toda prisa y teniendo bien presentes los costes económicos. Y nosotros, como etnógrafos, estudiando al viejo artesano interesados no tanto en su mínima producción como en ahondar en su alma. No es de extrañar que nos hayamos quedado fuera de lugar, apenas persiste un resquicio para el humanismo. Como dice Mario Benedetti: “somos los exiliados en lo nuevo”.
Gurutzi empleó muchos años de su vida a estudiar las ermitas, pero no solo los edificios, como es obvio. Bien pronto llegará el día en que se orquesten rutas turísticas para visitar estas mismas ermitas y contemplar los hermosos parajes en los que suelen estar enclavadas. Los viajeros-consumidores se irán entusiasmados sin tener la menor idea del entorno creencial en el que se hallan insertas y de la complejidad del entramado vecinal tejido a su alrededor, a los que con tanto ahínco dedicó Gurutzi sus afanes.
Por eso quizá sea bueno dejar que las cosas sigan su curso, mientras nosotros nos dedicamos a hacer lo que sabemos hacer bien. Apenas dos años antes de que me propusiese trabajar en el Atlas, mi mundo rural se vio abocado a entrar de lleno en lo que Hans Magnus Enzensberger denomina “el gentil monstruo de Bruselas”. A los pequeños ganaderos les dijeron que su forma de trabajar estaba obsoleta y que todos los conocimientos que habían heredado de sus antepasados no servían para nada. Muchos no se pudieron adaptar al nuevo mundo que llegaba y siguieron trabajando a su pequeña escala, como siempre habían hecho y al margen del dios Mercado. Han pasado cuatro décadas y se ha extendido la sospecha sobre lo que ahora comemos al mismo ritmo que esa prometedora forma de producción se diseminaba por todas partes. Y, por el contrario, un modo de obtener alimentos similar al de aquellos que parecían obsoletos ha crecido en aprecio social bajo la designación de “ecológico”. Puede que esta historia se repita en lo que a nosotros atañe.
Gurutzi se dedicó de lleno a la etnografía hasta el final. Pocos días antes de fallecer, recluida en su confinamiento forzoso, aún nos enviaba correos electrónicos con directrices sobre el nuevo tomo del Atlas. Quienes la hemos acompañado en este viaje continuaremos con la labor etnográfica, en definitiva es la pasión que a todos nos anima. Solo me queda decir que ya no podrá acercarse a mi lugar de trabajo y hacerme una pregunta que de tanto en cuando me formulaba, reflejo de su calidez humana: “¿Estás a gusto?”.
Luis Manuel Peña Cerro
Magnífico «In memoriam» Luis Manuel